lunes, agosto 19, 2002

El sentido de la ficción

Déjame que te cuente limeña:
durante esta semana de vacaciones tan productiva (léase la crónica del 16.08.2002; Principios) he logrado terminar la primera parte de lo que, espero, algún día será mi novela. No es gran cosa: 17 páginas en procesador de textos que, una vez pasadas por imprenta, serían unas 40...
Sin embargo, lo grave empieza aquí (y ahora), porque en vez de conformarme con un bloqueo de escritor (de estos estándar, tan de andar por casa), yo - que tiendo a magnificar los acontecimientos, bien sea de adentro afuera, bien a la inversa - con lo que me encuentro es con un dilema moral y literario:
¿qué sentido tiene continuar fingiendo?,... que es en realidad lo que he hecho hasta ahora mientras escribía las primeras páginas de mi "obra futura", que es lo que hago cuando escribo ficción (ya sé que hay otros que crean... yo, finjo)
¿a qué viene ocultarse tras una falsa historia para narrarme?, aunque sé que detrás de una invención se enconden más verdades de las que caben en una crónica, quizás podría intentar una no-ficción verdadera.

Y muchas otras cuestiones con las que me niego a aburriros, pero que me empujan a construir una segunda parte que sea verdad, la verdad y toda la verdad. Un línea de tinta que siga la madeja de los pensamientos según suceden: inmediata, fragmentaria, equivocada, lúcida u opaca.

Quizás
no necesitaríamos de la ficción si todos escribiéramos lo que pensamos. Quizás, no haría falta literatura si reivindicáramos la escritura de todos. Un gran libro de todos. Un gran cuaderno diario en el que cabrían todas las historias, los pensamientos, las preguntas, las dudas, las vueltas de tuerca, la ilusión, las experiencias...
Y para las traducciones a otras lenguas, traductores jurados.