miércoles, junio 02, 2004

¡TAXIIIIIIIII!

Soy una puta contradicción (¡LA PUTA CONTRADICCIÓN! ¡UNA PUTA CONTRADICTORIA!, corea al fondo mi exmarido, ya cuarentón, rodeado de quienes fueron mis amigos y ahora son los suyos - malditos seáis todos, hasta cuando os aburráis de su ramplonería castrante - que tras un año de amor con el hombre acertado(¡POR FIN, POR FIN! - compiten a gritos mis amigos, que lo siguen siendo o empezaron a serlo tras la marcha del enanito hijueputa, con la pequeña algarabía de grititos del desamado con más razón que a un santo impostor y los traidores; con tanta razón, probablemente, como el santito saltarín escoliótico)

que tras un año de amor con el hombre acertado me resulta - mi exmarido - aún más despreciable.)

Soy una puta contradicción - a lo que iba - porque si esta mañana la astenia me ahogaba por culpa de la fealdad circundante, esta tarde, este atardecer, subido en un taxi, por la Gran Vía, la belleza de la luz, de la gente como extras de una escena irrepetible y hermosa, el viento que entraba por la ventanilla trasera contra mi cara, me han hecho llorar. De emoción. Delicia del instante que será irrepetible. Y quizás de algo de lástima por imaginar otra tarde de primavera tan fabulosa en la Gran Vía de Madrid sin mí. Sin mí aquí.

Por no mencionar al pedazo de taxista chuleitor que me ha traído de vuelta a casa esta noche.

Cuánto gasto. Cuánto taxi. Cuánta humedad.

Gracias, Pascua Ortega; después de lo tuyo, la Gran Vía sin guirnaldas, ADNs en pink&silver y globos, me consigue conmover.