Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos (John Berger)
La semana pasada vi en la Fnac Callao fotografías a la venta de algunos de los autores que habían expuesto en PhotoEspaña. Y entre ellas había una de Christine Spengler, una gran fotógrafa, reportera de guerra, con quien tuve el gustazo de compartir un vuelo París - Madrid en los asientos de cola, cuando aún se fumaba en los aviones.
Ella me dio uno de sus More y yo uno de mis Camel.
Nos pasamos las dos horas de viaje conversando. Yo le dije cuánto me había gustado su libro de memorias y ella me contó que iba a empezar a vender sus fotografías en la red y me pidió que le explicara cómo funcionaba el comercio electrónico. También me contó que en Madrid tiene un piso en la calle Gravina, el piso que fue de Manolete, y que las paredes están llenas de retratos de toreros y los jarrones de claveles rojos.
Cuando nos despedimos, nos intercambiamos las tarjetas y me pidió que le escribiera un correo electrónico a la cuenta que acababa de estrenar. El mío fue su primer correo electrónico. Tendría que llamarla algún día. Nunca pensé que pudiera ser tan adorable.
¿Que pensaría la Spengler, que en una entrevista afirmaba: ¿De qué sirve que nosotros arriesguemos nuestra vida para que las fotos se queden en un cajón oscuro? Las fotos tienen que hablar porque son la voz de los que han muerto por una causa y nuestro deber es que esta voz siga siempre por el mundo, la voz de los oprimidos, de los humillados, de los marginados, de los martirizados, de los torturados... de lo que, en otra entrevista, dijo el poeta W. H. Auden: Con la fotografía no existe la decisión humana. No se está allí, uno no puede volverse hacia otra parte. Simplemente se queda mirando con la boca abierta. Es una forma de «voyeurismo». Creo que los primeros planos son inciviles.
Me gustaría saberlo. Y también me gustaría saber qué pienso yo al respecto.
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