Viaje a Colombia (Así empezó todo esta vez)
Salimos de nuestra casa de Madrid no sin antes pasar por una farmacia a pesar las maletas, porque las compañías aéreas se han puesto de lo más estricto con el peso en los vuelos transoceánicos, y superar los 20 kilos por persona - facturados como equipaje, entiéndase; si no, las aeronaves irían a rebosar de niños prodigio, kate mosses y miembros sueltos de pasajeros: uno de mis muslos, el corasón de mi señó, el pelo afro de la señora de atrás,... - sale por un ojo de la cara (¡perfecto! ¡300 gramos menos!)
Llegamos a Barajas, plastificamos, facturamos, buscamos un puesto de internet IN-FRUC-TUO-SA-MEN-TE, porque AENA ha decidido que totalparaqué, quiéncoño, quémásda... si nadie, nadie en el mundo va a conectarse a Internet en un aeropuerto, no, no, no... mucho mejor sustituir las terminales de ordenador por fotomatones donde usted, querido amigo, puede aparecer fotografiado con la Puerta de Alcalá al fondo o junto a Barbie o Mickey Mouse... ¡pues claro! ¡menuda diferencia! Eso SÍ que es atención al viajero y no esa bobada pasajera cibernauta.
Madrid - Caracas - AEROPUERTO SIMÓN BOLÍVAR DE CARACAS: lo más parecido a un gran cuarto de baño en versión ampliada, donde los puestos de información se encuentran debajo de unas escaleras en obras (obras que llevan en marcha por lo menos dos años) y el personal de tierra de las compañías aéreas se pasea por toda la zona de embarque anunciando a gritos el destino del vuelo de su compañía y recogiendo pasajeros (los mismos pasajeros que han enloquecido tras recibir tres o cuatro informaciones diferentes acerca de cuál será la puerta por la que salga su vuelo).
BOGOTÁ. Por fin Bogotá.
- ¿Nuestras maletas?
- En Caracas, bien, gracias. Mañana, a esta misma hora, se pasan por aquí y las recogen.
- ¿Las recogemos? ¿No nos las envían a casa?
- Ay, no, señor, qué pena con ustedes, pero necesitan venir a recogerlas para pasar con ellas la aduana.
(Eso nos pasa por volar con Aeropostal. Deberíamos dar gracias de no llevar las nalgas tatuadas con una marca de franqueo.)
MARTHA y GERALDO nos esperan, nos recogen, nos abrazan, nos suben en el coche y nos llevan a casa de Geraldo y Jaime Yesid, el lugar del reencuentro de mi señó con sus amigos de siempre, después de 3 años de ausencia, de mi encuentro con sus amigos de siempre después de 7 meses de oír hablar de ellos maravillas. Todas ciertas.
Nada más llegar, llamo a la bella M. a casa de su familia para anunciar que ya estoy aquí. Escucho a Magnolia gritar que me ama. Y yo a ella. Muchísimo. Y me muero por verlos, aunque bastante caos deben ya tener con todos los preparativos del matrimonio como para que yo aparezca allí ipso facto a reclamar atención - y es que es verdad, lo mío no son los discretos segundos planos, para qué nos vamos a engañar a estas alturas: 2.600 metros más cerca de las estrellas, así de alto está Bogotá, por eso los dos primeros días los pasamos con soroche (mal de altura), que, sumado al berrinche que nos llevamos cuando los servicios aduaneros pretendieron quedarse con nuestros paquetes de jamón de jabugo que llevábamos escondidos en las maletas (suerte que accedimos a sobornarlos con una tableta de turrón del duro) y al guayabo (resaca) de la primera borrachera, hacen si no los siete, si tres males.
Muy pocos males en comparación con todas las delicias: la cena de Navidad en casa de los Barrera, las magníficas vistas de los cerros de Bogotá al despertar juntos en casa de Margarita Mora (la única mujer en el mundo que lleva el departamento de comunicación de un museo y almuerza con el chico Cosmopolitan Colombia - ver foto de la izquierda), la conversación con William Ospina, a quien fui capaz de mantener callado durante 4 horas con uno de esos enormes sketches de los que a veces soy capaz, la fiesta en nuestro honor que organizaron Geraldo y Yesid, donde asistimos a la actuación de Yetsimaniac, la única contralto que consigue quebrar las copas de champagne cual soprano virtuosa.
Con una pequeña diferencia de matiz: ella consigue que la audiencia las parta contra el pico de la mesa e intente cortarse las venas con los cristales rotos. Pequeño matiz, I know, pero digno de mención.
DIVINA FIESTA. Que me encantó compartir con el Niño, su amiga Indiana (una divina), Jhon Jairo (no, no es una errata, el Jhon colombiano se escribe así) y donde descubrí que Dieguito, ese niño tan guapito y tan formal que nos había invitado a comer (cenar) a su casa el día de Navidad, era en realidad un hermano en la cofradía de la cicuta verbal, y conocí a Toño, gentleman colombiano. A Fernando, que me enseñó un nuevo término: Barbiechona (Cuerpo de Barbie + Cara de Lechona). A La Soilée (marica mamarracha reoperada a la que miedo me da imaginar antes de todas sus cirugías...)
En fin, DIVINA FIESTA.
Y hasta aquí puedo contar hasta hoy. Si a vosotros os ha agotado, imaginaos a mí. Hasta mañana. Que habrá más.
Bienhallado.
(De izqda. a dcha.: Yesid, Geraldo y Martha nos preparan
un sancocho de pollo en la cocina de Margarita Mora. Delicious.)
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