Sapporo
Me levanto temprano, mientras Mauro se ducha. Me preparo un café y unos bollitos de canela al microondas para los dos, que desayunamos mientras en la radio se preguntan por qué Zapatero no da la cara después del atentado y por qué sus declaraciones del pasado sábado fueron tan tibias, tan poco rotunda su suspensión del pasado sábado frente a la ruptura de ayer de Rubalcaba.
Ya solo en la casa me sirvo un segundo café, enciendo el ordenador y trato de escribir algo para el periódico. Nada. Entonces, conecto el Pinacle, zapeo, capturo algunas imágenes y me quedo muerto. Escribo El espanto de la televisión matutina.
Hago la cama. Me ducho. Me visto. Escribo ¿Te gusta escribir? y salgo a comprar un cartón de Camel al estanco de la esquina. Doy un paseo por el barrio en busca de una floristería, pero no encuentro ninguna y vuelvo a casa. Con tabaco, pero sin flores. Con lo cerca que tenía el puesto de flores en Madrid. Aunque, claro, con esa calefacción central que tenía mi piso de Madrid, las pobres flores no duraban más que dos días en invierno, que es cuando más me gusta ver flores en casa... Con lo bien que viven las flores en esta nueva casa de Barcelona, y ni una maldita floristería cerca...
Con tabaco pero sin flores, vuelvo a casa. Enciendo de nuevo el ordenador - pertenezco a esa generación de parvenues tecnológicos que aún apagan el ordenador cada vez que van a dejar de usarlo un rato - abro el archivo de texto de mi novela en proceso, 'Mansos', y escribo. Una rara soflama del síndrome de clase turista, que acabo derivando hacia la pura embolia de clase, que me queda muy rara, aunque graciosa en medio de una conversación frivolona. Creo que me gusta, aunque el diálogo no me acaba de convencer, no sé; me parece complicado escribir buenos diálogos que no parezcan cinematográficos y sean verosímiles a la vez. No lo sé.
Vuelvo a apagar el portátil y salgo a comer. Aprovecho para hacer unas compras de Reyes. Descarto comer en el restaurante al que voy todos los días - no me apetece hablar con nadie - y de regreso a casa con las compras entro a un nuevo Sushi Express donde me compro un menú Sushi y una cerveza Sapporo. Como en casa.
Después de comer, pongo una lavadora y me siento a leer una obra de teatro de Joe Orton, que dejo en medio del primer acto para echarme una breve siesta de 10 minutos [página 73, aún me acuerdo que pensé antes de dormirme para retomarla después en el lugar adecuado]. 10 minutos de siesta y vuelvo a abrir la obra de Orton. Pero por la página 78. 'Página 73' vuelvo a recordar que me acordé. Y leo hasta el segundo acto.
Vuelvo a sentarme a escribir en la novela, pero acabo publicando en Lector Ileso una bobadita sobre modelos drogadictos y sus Libros Favoritos, y una entrada en este diario que decido borrar.
Anochece y vuelvo a salir en busca de flores. Tomo hacia la derecha - esta mañana recorrí solo las calles a la izquierda de la casa - y tampoco tengo suerte. Hay una floristería, un poco más arriba, que veo cerrada desde donde estoy. De vuelta, paso por el supermercado para comprar víveres para el desayuno, Evian, mandarinas y nueces.
Empiezo a escribir esto. Mientras escribo, hablo por el messenger con A.O. - con quien acuerdo una entrevista para la semana que viene a propósito del lanzamiento de uno de sus libros -, con mi amiga Lola:
Y con Javier, que vive a cuatro calles y también trabaja en casa. Javier y M.,su mujer, son los culpables de que no me pueda quejar de no tener ningún amigo en Barcelona...
Son casi las ocho de la tarde y voy a retomar la lectura de Orton. A esperar a Mauro. A publicar esto.
Hasta mañana.
Ya solo en la casa me sirvo un segundo café, enciendo el ordenador y trato de escribir algo para el periódico. Nada. Entonces, conecto el Pinacle, zapeo, capturo algunas imágenes y me quedo muerto. Escribo El espanto de la televisión matutina.
Hago la cama. Me ducho. Me visto. Escribo ¿Te gusta escribir? y salgo a comprar un cartón de Camel al estanco de la esquina. Doy un paseo por el barrio en busca de una floristería, pero no encuentro ninguna y vuelvo a casa. Con tabaco, pero sin flores. Con lo cerca que tenía el puesto de flores en Madrid. Aunque, claro, con esa calefacción central que tenía mi piso de Madrid, las pobres flores no duraban más que dos días en invierno, que es cuando más me gusta ver flores en casa... Con lo bien que viven las flores en esta nueva casa de Barcelona, y ni una maldita floristería cerca...
Con tabaco pero sin flores, vuelvo a casa. Enciendo de nuevo el ordenador - pertenezco a esa generación de parvenues tecnológicos que aún apagan el ordenador cada vez que van a dejar de usarlo un rato - abro el archivo de texto de mi novela en proceso, 'Mansos', y escribo. Una rara soflama del síndrome de clase turista, que acabo derivando hacia la pura embolia de clase, que me queda muy rara, aunque graciosa en medio de una conversación frivolona. Creo que me gusta, aunque el diálogo no me acaba de convencer, no sé; me parece complicado escribir buenos diálogos que no parezcan cinematográficos y sean verosímiles a la vez. No lo sé.
Vuelvo a apagar el portátil y salgo a comer. Aprovecho para hacer unas compras de Reyes. Descarto comer en el restaurante al que voy todos los días - no me apetece hablar con nadie - y de regreso a casa con las compras entro a un nuevo Sushi Express donde me compro un menú Sushi y una cerveza Sapporo. Como en casa.
Después de comer, pongo una lavadora y me siento a leer una obra de teatro de Joe Orton, que dejo en medio del primer acto para echarme una breve siesta de 10 minutos [página 73, aún me acuerdo que pensé antes de dormirme para retomarla después en el lugar adecuado]. 10 minutos de siesta y vuelvo a abrir la obra de Orton. Pero por la página 78. 'Página 73' vuelvo a recordar que me acordé. Y leo hasta el segundo acto.
Vuelvo a sentarme a escribir en la novela, pero acabo publicando en Lector Ileso una bobadita sobre modelos drogadictos y sus Libros Favoritos, y una entrada en este diario que decido borrar.
Anochece y vuelvo a salir en busca de flores. Tomo hacia la derecha - esta mañana recorrí solo las calles a la izquierda de la casa - y tampoco tengo suerte. Hay una floristería, un poco más arriba, que veo cerrada desde donde estoy. De vuelta, paso por el supermercado para comprar víveres para el desayuno, Evian, mandarinas y nueces.
Empiezo a escribir esto. Mientras escribo, hablo por el messenger con A.O. - con quien acuerdo una entrevista para la semana que viene a propósito del lanzamiento de uno de sus libros -, con mi amiga Lola:
Y con Javier, que vive a cuatro calles y también trabaja en casa. Javier y M.,su mujer, son los culpables de que no me pueda quejar de no tener ningún amigo en Barcelona...
Son casi las ocho de la tarde y voy a retomar la lectura de Orton. A esperar a Mauro. A publicar esto.
Hasta mañana.
1 Comments:
Un honor ser útil para algo. ;)
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