LONDRES: LO QUE FALTABA
El domingo por la mañana, el recepcionista hindú nos despertó a las 9:30 a.m. para comunicarnos que si pensábamos desayunar nos diéramos prisita porque estaban a punto de cerrar. Habría sido un detalle encantador... en otro. Pero su tono de voz y esa actitud de resentimiento por culpa de tantos años de colonialismo no fueron el mejor despertar de resaca.
Que se lo digan a J.Q., que me pasó el teléfono a mi cama diciendo: "Mira, Bob, es el señor de recepción, pero no entiendo qué quiere..."
Nos pusimos la misma ropa del día anterior (ya, ya... un asco) y nos fuimos a desayunar, con tan buena suerte que coincidimos con mi compañera holandesa, Reina, a quien saludé amablemente con un aliento que le debió arruinar el maquillaje. Reina decidió compartir la mesa de desayuno con nosotros. Fantástico... ya éramos tres (como los de Oriente...)
Después de desayunar, nos acostamos un rato más y al despertar nos marchamos de nuevo a Londres. Había que aprovechar ese espléndido sol de domingo.
Edgware Road: el hotel donde me alojaba cada vez que iba a Londres en uno de mis primeros trabajos, ha ascendido de categoría y ahora es un Hilton, pero el barrio sigue conservando su aire lumpen y esa maravillosa tienda de muebles ¿franceses? que a punto estuvo de costarle un desprendimiento de retina al pobre J.Q.
Oxford Street: es un horror. Some things never change... pero lo abandonamos rápidamente para meternos por la zona de las embajadas. Muchísimo mejor, a nosotros la diplomacia nos va mucho más...
Después, un café en la Academy of Arts, unas compras en Fortun & Mason, un paseo por la zona de los teatros y más compritas en Liberty (mmmmmmmmmm).
Una (¡UNA!) cerveza en un bar del Soho y de vuelta a Wimbledon para cenar y a continuación tomar una copa en un bar que parecía de moda, frente a un grupo de muchachos que parecían no dejar de mirarnos con cierto interés, pero que en realidad estaban fascinados por el partido de fútbol que veían en la pantalla debajo de la que nos habíamos sentado. Cuando Lorelei Lee dijo aquéllo de que "Londres no vale nada" yo creo que quería decir que "Wimbledon no vale nada".
El lunes, J.Q. y yo desayunamos juntos; él se marchó para Londres y yo para mi reunión. Fin de la diversión, comienza el trabajo.
El lunes por la noche subí con todos mis compañeros de trabajo al London Eye, una noria de la British Airways desde la que se ve todo Londres desde arriba. Muy bonito. Después fuimos a cenar a un restaurante en Waterloo donde:
A. mi jefe se atragantó con una espina de pescado y tosió hasta vomitar sobre su plato. Se salvó, es cierto...
B. demostré a todos mis compañeros cómo tomarse un sorbete de limón al vodka en vaso de tubo sin manos y subido a una silla. No me despidieron, es increíble...
El martes terminamos la reunión a las 5 de la tarde. Me fui sólo a Gatwick a coger mi avión. Llegué a Madrid a las doce de la noche. Y no había nadie esperándome en el aeropuerto. Pero sí un SMS en mi teléfono móvil: Bienvenido a Madrid, Bob. No estoy ahí físicamente, pero sí de corazón. Que descanses bien. Besos.
Final de trayecto.
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