Gimnasia
Llevo dos días yendo al gimnasio y estoy muy orgulloso de mí. Y eso que ya he tenido alguna de mis actuaciones estelares y encuentros en la enésima fase, de esos que no sé si catalogar como señales apocalípticas o despliegues del talento del equipo guionista de dios.
Entre las primeras (actuaciones estelares), la crónica social de mi gimnasio destaca el cuarto de hora que tardé en ser capaz de entender cómo coño tenía que meter la tarjeta de socio en la cerradura de la taquilla para conseguir que se cerrara. Hasta que un señor muy amable me indicó que bastaba con que la parte agujereada quedara dentro. ¡Ah! La crónica venía acompañada de una fotografía en la que se me veía en pantalón corto y camiseta de Keith Haring trasladando todos mis bártulos de una taquilla a otra, seguro de haber elegido la única que tenía la cerradura estropeada.
Entre los encuentros inesperados, brilla con luz propia el que tuve ayer al entrar en la clase de abdominales: yo entraba y ella salía. Cada uno sostenía una de las puertas batientes. Ella me miró y gritó: "¿Pero qué haces tú aquí?" Yo la miré y pensé: "Este rubio platino... demuestra lo duro que tiene que ser para Médicos del Mundo conseguir agua oxigenada que llevar a Africa. ¿Quién es? ¿Quién es ésta? ¡Mierda! ...
[Yo seguía pensando y ella repetía "¿Pero qué haces tú aquí?" y yo la miraba y sonreía, hasta que tuve la revelación:]
¡Mierda! ¡La secretaria de mi ex!"
Entonces respondí: "Pues ya ves: gimnasia" Dato fundamental que ella agradeció con otro no menos importante: todos los compañeros de trabajo de mi ex van a ese gimnasio. ¡Bieeeeeeeeen!
Se lo decía el otro día a mi amigo JQ: el Más Allá para aquellos que han pasado su vida queriendo ser escritores, debe consistir en formar parte del equipo de guionistas de dios. Y a mí - me temo - me ha tocado una pandilla de fanáticos de Lorrie Moore. Así me va.