viernes, julio 25, 2003

Los Tigres del Norte


El público de las primeras filas lanzaba al escenario papelitos doblados con peticiones y dedicatorias, que los músicos (los hermanos Rodríguez) recogían y leían:

- Para Maribel, quiero que toquen "De paisano a paisano"
- Desde Tijuana. Son los mejores. ¡Viva México!


Y Los Tigres respondían a las peticiones con un "Complacemos. Con todo nuestro cariño y nuestro respeto, que a eso hemos venido, a cantarles todas sus canciones".
FANTÁSTICO.

Yo no sé cuál de todas me gustó más:

si la del niño que deja a su madre moribunda en la cama y va a la iglesia para descubrir que su padre se está casando con otra y monta el pollo cuando el cura dice aquello de "que hable ahora o calle para siempre".

O la del hombre abandonado por su mujer que inventa que ha muerto para que sus dos hijos no sepan que ella es una mala perra y se inventa una tumba donde van los tres juntos a llevarle flores, hasta que la "muerta" regresa y se abrazan todos.

O la del padre que frente a su hijo encarcelado se echa la culpa y se desespera al ver su "Sangre prisionera".

¡Qué historias! ¡Viva México! Y qué de balazos en cada canción...

Y qué poder tiene la música. Qué capacidad de hermanamiento. Tanta, tanta, que - sorprendentemente - Arturo Pérez Reverte y yo pasamos más de dos horas en un mismo recinto y no hubo violencia.
Qué poder tiene la música. ¡Que viva México (cabrones)!