lunes, diciembre 21, 2009

Sacrilegios

He empezado una nueva colaboración mensual con la revista Primera Línea. Una página al mes donde, hasta que me echen, podré escribir algo más que pies de foto. No sé si es el medio, pero me gusta el fin.

Este viernes salió a la venta el número de enero, donde hago mi primera colaboración. Me encantaría que la compráseis para leerme, aunque no os lo voy a exigir (hasta ahí podía yo llegar). Por eso la publico aquí.

Sacrilegios

Veo salir de la casa del Gran Hermano 11 a un concursante -transexual- y explicarle a Mercedes Milá en el plató la clave de su estrecha relación con otro participante -parapléjico- con una reveladora sentencia del 'De Profundis' de Oscar Wilde: “Donde hay dolor, hay tierra sagrada”. Amén, hermano. Donde hay dolor hay siempre un espacio de protección, culto y sosiego, un hueco misterioso que no siempre se corresponde con el símbolo que erigimos. Así, en la novela de Scott Heim, 'Mysterious Skin', uno de sus protagonistas construye sobre la amnesia que le provocaron los abusos sexuales de su entrenador la certeza de una abducción extraterrestre que le obsesiona, un contacto con lo sobrenatural, lo extraterrenal, lo sacro de un más allá no tan lejano que le salva de la verdad, que tampoco le hará libre.

Donde hay dolor. Dónde. Cada vez menos entre nosotros, rara vez cara a cara, frente a un café con hielo, una botella de vino tinto o un gintonic -de Hendricks, con pepino, por favor-, nosotros que ya no somos nadie para hablar de los que han muerto, que evitamos confidencias descarnadas para no engendrar dolores nuevos en quienes nos quieren y amamos, nosotros que nos queremos tanto, no me preguntes más. Extraño esa desnudez adolescente, entre licores más baratos, tugurios más ruidosos y miedos sobredimensionados; esa facilidad que tuvimos para compartir, impúdicos y heridos, todo lo que nos hizo divinos, sacros. La echo de menos y la busco en la ficción, en las voces ajenas, en los cuerpos en danza. Agradezco ese dolor.

Dónde hay dolor: en los cuentos de Herta Müler, la última ganadora del Nobel de Literatura. En los poemas de Anne Sexton -”Una mujer es su propia madre”-, en los últimos días de Truman Capote, en el primer disco de Antony Hegarty, en el cuerpo de los bailarines, en las pieles tatuadas, en los superhéroes acabados de 'Watchmen', esa joya de Alan Moore y Dave Gibbons; en los diarios de Jean Cocteau -"Muéstrale tus cicatrices al mundo. Siéntete orgulloso de ellas, exhíbete. Y, ¡por el amor de Dios!, cobra por el espectáculo"- o en el penúltimo libro de Hervé Guibert, 'Al amigo que no me salvó la vida', donde aparecía un joven chapero español que causaba furor entre el coolchic de París durante los 90 y que hoy, más de 15 años después, vuelve a arrendar sus intimidades para orgías televisivas, aunque con el caché actualizado al alza. También su padre y ex proxeneta sigue por ahí, dando bandazos -literalmente- en algunos programas. Como si Cocteau hubiera conocido a Guibert y lo hubieran planeado juntos.

Donde hay dolor: en la constante exhibición indecorosa televisiva de supervivientes que mezclan con rabia incontenible su venganza y su duelo ante las puertas de los juzgados, donde se dirimen condenas oficiales que nunca satisfacen un terrible instinto paternal Frankenstein de un monstruo enorme, creado en el laboratorio de la ira solo a partir de dientes por dientes y de ojos por ojos, como los del Gran Hermano, otra vez, que nos refleja, nos observa y nos mastica, nada más. Ni siquiera somos alimento para los nuevos dioses. Aborrezco ese dolor que no saca al nuestro de su aislamiento solitario, sino que atiza los látigos justicieros de salón, las heroicidades fascistas y el linchamiento en modalidad pay-per-view.

(“Donde hay dolor, hay tierra sagrada”. Y viceversa, Oscar. Pruebe a remover arenas sacras, benditos terruños, y lo sabrá. Intente pedir que abran las cunetas a paladas de justicia y de memoria y verá cómo hay quienes se aferran al dolor ajeno para hacer intocable y sagrado lo que no les pertenece).

Veo salir de la casa del Gran Hermano 11 a un concursante y pienso que, si no fuera porque me pagan por hacerlo, no vería la televisión: no conduce a nada bueno.