domingo, marzo 14, 2004

Rara, como encendida...


El viernes por la mañana, en el Metro, la gente tenía los ojos llorosos, iba en silencio y se miraba. Llorábamos. No por los muertos que había habido, sino por los muertos que seríamos. Me pareció que era resaca de un llanto no por muertes de otros, sino por lo poco que nos faltó y lo poco que nos faltaba. Quizás fue una idea estúpida y la realidad era que la avalancha mediática había conseguido poner de moda el dolor de temporada, el llanto Madrid.

A lo peor, no era nada tan abstracto como yo pudiera pensar y era una simple reacción, casi física.

El sábado por la tarde me subí en un coche camino a una fiesta de cumpleaños en un pueblecito de Segovia con: mi novio, mi exterapeuta y el novio de mi exterapeuta, que curiosamente era su exnovio cuando él era mi terapeuta y yo decidí dar por terminado el proceso (¡toma ya!)

Mi exterapeuta es un tipo muy especial, brillante, argentino (of course) y con el sentido del humor más negro que he conocido. Mi exterapeuta me salvó de mí gracias al humor. Y me hizo conocer "Los mareados", "El obsceno pájaro de la noche" de Donoso y la saga de Ender, de Orson Scott Card.

Dejé de trabajar con mi exterapeuta porque mi exnovio, que entonces acababa de convertirse en expaciente suyo, me lo pidió. Cuando se lo planteé, en la que iba a ser nuestra última sesión, él perdió los papeles y cometió el gran error de hablarme fatal del hombre de quien yo estaba enamorado y con quien viví durante siete años a partir de entonces. Desgraciadamente, mi exterapeuta acabó teniendo razón, y todo lo que me dijo de mi exnovio resultó ser cierto. Como lo fue también la infelicidad que me auguró a su lado.

Ayer estuve en la fiesta de 50 cumpleaños de la bella Luzdivina, con mi exterapeuta, su novio y el mío. Y no paramos de reír. Como si Woody Allen y Berlanga hubiesen escrito y dirigido juntos una película que nos hubiera tocado protagonizar.

(Cada tarde, al llegar a su consulta y sentarme frente a él, mi terapeuta me preguntaba: "¿Cómo estás?" y yo, en más de una ocasión le respondí: "Raro". A lo que él replicaba cantando: "Rara, como encendida, te vi bebiendo, linda y fatal. Bebías, y en el fragor del champán, loca reías por no llorar." El comienzo de "Los mareados", que ahora es mi tango favorito. Que protagoniza incluso uno de los capítulos de mi novela.)