lunes, mayo 12, 2003

Un caso real


Ella existe

y era la hija del jefe. Ella tenía veintipocos, el pelo liso hasta las nalgas y las minifaldas más pequeñas que he visto jamás. Cuarenta kilos, como mucho.

Ella era en sí misma un Festival del Humor. Pero siempre hablaba en serio.

El primer día que entré a trabajar en la empresa de su papá, me explicó que tenía la tripa hinchada porque no cagaba. El primer día.

Meses más tarde tuvo un empacho de mandarinas y su consiguiente diarrea, por lo que decidió que, a partir de entonces, comería solo mandarinas.

Un día, mientras comíamos en la recepción nos lo contó:
-No sabéis, qué fuerte, qué fuerte... sabes en plan, qué fuerte... ayer fui a cagar y... cuando miré... ¡HABÍA TENIDO UN ABORTO! Os lo juro, os lo juro... estaba, estaba súper asustada... decía ¡HE ABORTAO! Pero lo toqué y no. Era un gajo de mandarina.

Otro día, también a la hora de la comida, nos interrumpió una conversación para preguntar, "¿Qué es un sobrino?"

Ella se ponía "blanca como un tomate" y olía a "incencio" por las calles de Londres.
- Huele a incencio, huele a incencio
- ¿A incencio? ¿Qué es eso?
- Sí... lo que echan en las iglesias
- Incienso. In - cien - so.
- Eso.


Una vez viajé con ella en avión y me pasé el viaje escuchando el discman con una selección de Jobim. Me preguntó qué escuchaba. Le dije que música brasileña.
- Me dejas oir.
- Claro...

Se puso los auriculares y me gritó:
- Joder... pues parece portugués.

Una vez se duchó con su novio. Los dos en traje de baño. Y se dieron un beso. Temió haberse quedado embarazada.

La verdad. Toda la verdad. Y nada más que la verdad.