miércoles, agosto 09, 2006

Madrid - Ibiza - Formentera

Aeropuerto de Barajas. 05:20 a.m.
Esperamos a embarcar en el avión a Ibiza. Veo:
Tatuajes
Ojeras
Camisetas sin mangas
Pupilas dilatadas
Grupos de hombres heterosexuales
Parejas gays
Mujeres hippies-to-be
Bisutería masculina (mucha)
Pantalones 'cargo' a gogó
Relojes enormes
Peinados masculinos estremecedores
Y chancletas de dedo
La T4 es un 'after'.

Escucho:
Conversaciones sobre la 'Space' y pedos.

Ibiza. 09:00 a.m.
Desayunamos en una terraza junto al puerto que sirve comidas (bocadillos, hamburguesas y platos combinados) a estas horas. Nos rodean clientes drogados.
En una mesa junto a la nuestra, un chica fea española con una flor en el pelo y que se esfuerza por promocionar ante una pareja de franceses - gays - las fiestas y bebedizos españoles más típicos y pintorescos (el agua de Valencia, las Fallas de ídem, la sangría, la Feria de Málaga). Una fea inteligente que, seguramente, dado su contacto habitual con extranjeros en la isla, es capaz de informarles sobre las temperaturas medias que acompañan a esos jolgorios tan populares (aunque todavía no haya alcanzado la excelencia de dar los grados en fahrenheit).

Los camareros en Ibiza - incluso por las mañanas - se comportan como si ocuparan el escalón evolutivo profesional inmediatamente superior al de un consultor de McKinsey.

En otra terraza, ocho RRPP de discoteca discuten sus estrategias de reparto de flyers en las playas. Fascinante repugnancia me embarga.

Contemplo a turistas que salen de regreso, y me pregunto, ¿qué dura más, el moreno ibicenco o la estética contagiada que los veraneantes que regresan a sus pueblos y ciudades de interior abrasador llevan consigo (pulseras, collares, brillos y colgantes en sus atuendos, complementos de cuero trabajado artesanalmente, algo de ganchillo...)? Llevarse el mar con uno ahora es una cuestión no de salitre y yodo, sino de bijoux y algodón malo.

En barco a Formentera. Menos mal. Aquí nos quedamos.