viernes, mayo 09, 2003

Calor


Ayer por la noche en el Metro, después del gimnasio, de camino al cine a ver 'My life without me' (muy bonita). Una estación después de mí, se subió una pareja compuesta por una vieja travestí a la que ya me había encontrado otras veces bajo tierra, con la piel de la cara estiradísima, los pómulos a la altura de las sienes y ojos de felina en retirada, y con ella un hombre de unos trentaitantos, jersey de Polo Ralph Lauren azul marino, corte de pelo bonito, gafas de Alain Mikli y unas bolsas del Supermercado El Corte Inglés llenas de sopas en sobre.

Al principio me fijé solo en él (él es mi tipo). Después la vi a ella. Al principio pensé que iba cada cual por su lado. Después, descubrí que viajaban juntos (si desplazarse en el Metro puede llamarse viajar).

Empezaron a quejarse del calor que hacía ahí adentro. El perdía el equilibrio, se agarraba al brazo de ella, dejaba caer las bolsas en el suelo. Y sudaba. Sudaban los dos. Ella sacó del bolso unos papeles y empezaron a abanicarse con ellos. Cada vez sudaban más.

Cerré "Lo bello y lo triste", abrí mi bolso Puma y saqué de él mi abanico naranja (el amarillo pollito debe andar en mejores manos). Golpeé suavemente el hombro de ella con él, con ese sonido de abuela que hacen los abanicos de madera cerrados cuando golpean. "Tomad". Los dos me miraron sorprendidos. Me sonrieron. Ella me dijo, "¿Siempre eres así de prevenido... con todo?" Yo le sonreí.

El repetía en voz bastante alta que la culpa era de los kebabs. Ella le abanicaba y le retiraba el pelo de la cara.

Nos bajamos en la misma estación, me devolvieron el abanico y me volvieron a dar las gracias. El me apretó el hombro y me deseó que lo pasara bien. Los vi subir por las enormes escaleras que llevan a la calle. El, corriendo. Ella, quieta en el lado derecho de las escaleras mecánicas, con el jersey de él en la mano y las bolsas llenas de sopas de sobre.

[(...)
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?

Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.


Juan Gelman, Límites]