lunes, enero 16, 2006

Urgencias

Una ambulancia viene a recogerme de madrugada lluviosa y me lleva por las calles vacías de coches, saltándose semáforos en rojo (como aquella madrugada de navidad hace unos años, en un taxi en Bogotá, juntos los dos, muertos de miedo).
Llego a la sala de urgencias, donde me hacen un electro, algunas preguntas, me toman la tensión y me piden que salga a la sala de espera hasta que me llamen por megafonía.
Poca gente en la sala pero toda en pareja; una parte a la espera de que le quiten el dolor o el miedo; la otra, que su acompañante deje de sufrir. Yo estoy solo, los observo y me doy cuenta de cuánto echo de menos a alguien a mi lado que me acaricie, me abrace, me coja la mano, me toque. Yo solo los miro y me doy cuenta de que no se acarician, ni se toman la mano, ni se tocan.
Vuelvo a entrar a consulta y me dan una pastilla contra la ansiedad. Tengo que salir de nuevo y esperar. La mitad de las parejas siguen mostrando gestos de dolor, la otra mitad se sienta a su lado y observa con compasión pero sin tocar.
La médico me dice que los resultados de las pruebas no muestran nada extraño, que el corazón está bien, y he vuelto a sufrir otra crisis de ansiedad, terror nocturno.
Vuelvo a casa en un taxi y en el asiento de atrás sostengo mi brazo izquierdo con mi mano derecha, como en un abrazo individual. Llueve a cántaros.