jueves, julio 31, 2003

Crisis de fe

Hoy hace 3 años que fui a ver a Paco por última vez a casa.
Que empezamos a escribir juntos la obra de teatro que estrenaba en Lisboa.
Para Paco. Para Ludi. Para mí.


UNO
La tele mata. A mi amigo Paco le mató el programa de Ana Rosa Quintana. Le mataron los testimonios de un grupo de mujeres que denunciaban la estafa del mismo sanador que pretendía salvarlo del sida.

En agosto de 2000, Paco supo por televisión que iba a morirse. Lo hizo el 23 de octubre de 2000. El derrumbe de su fe tardó dos meses en sepultarle.

Fue un hilo de certeza; un finísimo haz de luz que salió de la pantalla encendida, llena de mujeres sentadas en sillas, sollozantes. Mujeres enfermas que miraban a la cámara o se dejaban oir por teléfono y hacían asentir a las que habían decidido dar la cara y ofrecer un testimonio que al final sería sólo un tanto por ciento en unas cifras de audiencia al día siguiente y la idea de que en ese programa de televisión no sólo se trataban asuntos intranscendentes de famosos en celo o fiestas organizadas como carne de parrilla de crónica social.

Un programa de televisión que simulaba la vida, con sus momentos buenos y su tiempo para las verdades crueles, hablar y reir, escuchar y callar. La maldad
inocente del chismorreo y el apoyo solidario a los que sufren.

Un espacio que hacía hueco a la verdad, al testimonio vital, que había sido - según aseguró su presentadora - una de las fuentes de inspiración del libro que publicaría algunos meses después, un libro que amadrinaría la esposa del Presidente Aznar (me consta que Boris Izaguirre tiene una foto de ese 'momento' pegada en su nevera): lástima que se descubriera que la inspiración no vino de la escucha, sino del más ruin de los plagios a cobro revertido.

Un día antes de la muerte de Paco, Ana Rosa Quintana envió este comunicado de prensa:

"Como consecuencia de la polémica surgida en los últimos días y relativa al libro 'Sabor a hiel' quiero hacer llegar a la opinión pública, a través de los medios de comunicación, la explicación a la que tienen derecho en relación a los hechos acaecidos.

Deseo dejar constancia, en primer lugar y para evitar todo equívoco, que el libro está basado en una idea original mía, como mía es la trama, la construcción y el perfil de los personajes, así como la mayoría de los textos, todo ello concebido con la intención de concienciar a la opinión pública sobre un grave problema de nuestro tiempo, los malos tratos que sufren muchas mujeres. Sin embargo, al ser mi primera novela y desarrollarse este proyecto a lo largo de muchos meses, tuve que recurrir a la ayuda y colaboración de una persona de mi entorno, que gozaba de toda mi confianza para que me ayudara en la culminación de la obra.

Nunca en mi vida he pretendido engañar a nadie y la existencia de esa colaboración ha sido pública. Jamás se ha ocultado y de hecho queda reflejada en la página de los agradecimientos de la novela.
Lamentablemente, la aportación de este colaborador se extendió a la inclusión en el libro de algunos textos y párrafos tomados de la obra de otros autores cuando procedía a las labores de corrección de mi manuscrito final, no pudiendo saber por mi parte lo que era original de lo que no lo era.

Detectada en primer lugar la inserción de algunos pasajes de una conocida autora norteamericana, hice mías las explicaciones que me ofreció este colaborador respecto a un error de carácter informático. Cuando posteriormente supe de la existencia de algunos párrafos de otra autora mejicana, entendí que las explicaciones que había recibido anteriormente eran de todo punto inadmisibles, con lo que procedí de acuerdo con la editorial a solicitar la retirada del libro del mercado.

En consecuencia, aunque no culpable, me considero responsable y víctima de lo ocurrido y pido perdón a todos los lectores que hayan podido sentirse defraudados por estos hechos al comprar y leer el libro que, muy a mi pesar, ha suscitado esta indeseable polémica.
"
Ana Rosa Quintana Madrid, 22 de octubre de 2000


Paco nunca lo llegó a leer. Y nosotros comentamos en la comida posterior a su funeral, entre risas, que "siempre habíamos sido más de la Villacastín".

DOS
Un viernes de noviembre, hace un par de años, Telecinco emitió un reportaje en el que desenmascaraban a un sanador que decía curar con sus manos y extraer el mal del cuerpo del enfermo sin dolor ni cicatrices. Lo cierto era que lo que parecían a primera vista sangre y vísceras del paciente no eran sino sangre y vísceras de cerdo. Era un truco. El mismo que Andy Kaufman/Jim Carrey descubría en la película 'Man on the moon', de Milos Forman.



Andy Kaufman murió de cáncer de pulmón en 1984, no sin antes haber intentado todos los medios posibles de curación, entre ellos la "cirugía psíquica" de manos del filipino Ramón Labo.

A Paco también le fallaron los pulmones y accedió a marcharse el 23 de octubre de 2000, después de haber visto cómo desaparecía la única esperanza de salvación que había aceptado a tiempo, la de una medicina no convencional que siempre le generó dudas, pero le mantuvo ilusionado. Hasta que una tarde de verano en televisión no tuvo más remedio que aceptar que él era como esas señoras que sollozaban frente a Ana Rosa y denunciaban a aquel hombre que había asegurado a Paco que le podría curar.

Se nos puede culpar a los que estábamos cerca de él de no haber hecho más para salvarle: pero todos los que le rodeamos y quisimos, teníamos fe en su fe de vida. Y pensábamos que la confianza en su curación sería suficiente. Tal vez lo habría sido. Tal vez, de haberlo llevado a tiempo, le podrían haber sacado de esa en el hospital.

Paco murió porque quiso ser consecuente con las creencias que había mantenido durante gran parte de su vida. Quizás a Paco no le mató la ineficacia de la medicina telúrica. Quizás a Paco le mató la certeza de haber estado equivocado y haber dedicado su vida a buscar lo que no existe. Tal vez no.

Me pregunto qué ocurre en alguien, qué desencadena de repente la seguridad de la muerte inevitable, o el deseo de que así sea o simplemente el abandono a ella. Y pienso que alguien debería estar atento a la lista de pacientes del "sanador desenmascarado" el viernes 23 de noviembre de 2001 por Telecinco, para así valorar los fatales efectos de una crisis de fe.

Imagino la ira que Paco tuvo que soportar esos dos meses, la rabia, la desesperanza, el miedo y, quizás, la paz final.

No defiendo la estafa, pero sí la ilusión. No sé si creo en la magia, pero sí en el ilusionismo. Quizás muchos de los "falsos" sanadores saben que en nosotros hay más poder del que aceptamos, un poder que asusta porque enferma y porque sana. Nadie tiene derecho a culparnos de nuestra propia enfermedad y poca gente es consciente de su capacidad de curación. Por eso, tal vez, aquellos que nos dan placebos, que esconden vísceras de cerdo o de gallina en un cubo junto a una camilla, saben que nos curará nuestra fe, pero que esta será más fuerte si descansa en otro y no en nosotros.

"El enfermo tiene un dueño, su familia, su padre, su madre. No se le puede tratar sin sus dueños. No pueden curarlo si lo apartan de su familia. El charlatán, el brujo, el mago, comprenden eso y no te dicen que estás enfermo; en lugar de curarte a ti, curan el "daño". Las enfermedades son siempre en relación con el otro; el mago, la bruja, curan "relacionalmente". Yo acepto su parte mítica; es psicomagia de mi parte, y de la suya es magia. Hay tesoros maravillosos de magia mexicana; sea verdad o mentira, curan en tu mentalidad. Cuando el médico te extrae del ambiente, te enferma más. Nunca hay que separar. Nosotros tenemos que nacer y morir en familia. Los etnopsiquiatras nunca ven solos a un paciente, no se aíslan; lo atienden en grupos para que la persona se cure como antes, en las aldeas. Antes, cuando había un problema era público, colectivo: tu problema es mi problema. Necesito que tú asumas mi problema para que yo me cure. En cierta forma utilizo todo eso, con el mayor de los respetos; y así, digo que soy un "psicocharlatán".
Entrevista con A. Jodorowski. 2 de Junio de 1996. La Jornada Semanal. México.

Paco dejó de creer en la alternativa y se entregó a la esperanza de la ciencia cuando ésta ya no podía hacer nada por él. No siempre la fe es suficiente. A veces sólo sirve para sentir rabia por no haberla abrazado antes. Porque Paco, una vez en el hospital, creía en su médico. Confiaba en sus palabras y en su voluntad de sacarle de aquella. Desgraciadamente, no pudo ser. Cuando Paco murió en el Hospital de la Princesa de Madrid, el médico y las enfermeras lloraron. Porque no había podido ser.

La madre de Paco no dejó nunca de echar la culpa de su enfermedad a los absurdos jugueteos juveniles de Paco con el espiritismo. A esa casa en la que él vivió hace muchos años junto a la Plaza de Cascorro de Madrid donde las paredes sangraban y las muñecas aparecían ahorcadas de la cadena del retrete.

Sin embargo, si a mí me hubieran pedido que buscara un culpable de la enfermedad de Paco, habría señalado, sin duda, la campaña de hipnosis letal colectiva llevada a cabo desde los primeros ochenta hasta mediados de los noventa, cuando el sida (que para mí nunca merecerá las mayúsculas) apareció por todas partes como una condena a muerte inevitable que no dejó opción a aquellos que entonces se supieron enfermos y tenían una mínima confianza en la veracidad de los informativos televisivos, la radio, la prensa o Philadelphia de Demme.

El último papel televisivo de Rock Hudson sirvió para explicar a los enfermos qué aspecto tendría su muerte. Y había cierta ironía en ello, porque ¿quién no querría parecerse a un galán del Hollywood dorado?

Porque la fe salva y la fe mata. La certeza sana y la certeza destruye.